24.1.16
FROM INSIDE
No se puede escribir si el estómago no quiere, si no chillan desde dentro. Escribir. Llorar. Vomitar. Da igual la emoción. Da igual si lloras por un ojo o por el otro. Igual si es asco, miedo, histeria o locura. Da igual. Vergüenza, rabia, odio, Amor. Pero no valen sentimientos de mierda que no llegan al superlativo. Tiene que ser de verdad. Igual que vivir. No se vive de verdad si no duele. Y la felicidad también duele. Si es de verdad, duele, como cuando te reías de pequeña tanto que te dolía la tripa, y la boca, y te meabas encima. Como cuando llorabas en el instituto y solo te consolaba ver a tus amigas y abrazarlas y respirar, y te miraban, respirabas, y terminaba todo y a reírte otra vez y el dolor y así hasta la extenuación. Pero cada vez lloras menos. Te haces mayor y cada vez lloras menos y maduras. Y cada vez vives menos. Y parece que te pasan menos cosas, pero son más importantes. El ascenso. La boda. Los hijos. La separación, Otra boda. Más hijos. Y cuando pasan esas cosas, lloras. Una casa. Un amigo. La muerte. Un nieto. Siempre hay lágrimas. De un ojo. Del otro. Lloras, y vives. Porque no se puede vivir si el estómago no quiere. Si no duele. Y te haces mayor, y maduras, y lloras menos. Pero también vives menos. Las emociones a medias, ésas, no cuentan. Entonces cuando llega una buena, de las que te rompen, estás menos preparado y ya no es tan fácil recomponerse. Las amigas están lejos, o también tienen vidas que no llegan al superlativo y están menos entrenadas. Y los abrazos no llegan o llaman tarde a la puerta, o te llegan por mensaje. Y no consigues sacarlo, no vomitas. Aprendes que puedes tragarte las emociones, la vida. Como una lombriz de tierra que se traga lo que tiene por delante. Así de vulgar.
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