19.1.11

LOS NUEVOS LUNES

Como en la película de Bardem, todos los lunes iba con Carlos al descampado. Nos dedicábamos a dibujar circuitos en el suelo, “para cuando tengamos moto” decía él, aunque en el fondo buscábamos, entre los escombros, algo que nos sacase de pobres. Una cartera, la llave de un tesoro, un boleto de lotería premiado... Nos costaba tan poco soñar y tanto despertar… De martes a jueves, Carlos tenía que ir con su padre en la furgoneta a recoger chatarra, pero los lunes eran nuestros. Pasábamos horas y horas dando vueltas por allí, tirando piedras a los pájaros o convirtiendo los restos de basura en rampas y saltos imposibles. Bebíamos cerveza. Reíamos. Llorábamos. Carlos soñaba con azafatas agitando botellas gigantes de champán, con el podio, con ser como Dani Pedrosa, “pero con una novia morena, decía, y con las tetas más grandes”.
Algunas veces, llegábamos hasta la depuradora, aunque a mí me resultaba difícil quedarme mucho tiempo, en seguida se me revolvía el estómago y me empezaba a poner verde. En parte por el olor, que era realmente insufrible, y en parte porque dejaba volar mi imaginación y empezaba a pensar en trozos de cualquier cosa flotando en la pasta gris que daba vueltas y vueltas en la piscina de acero.
Ahora, la piscina es la misma, pero no se ve desde fuera. El recinto tiene la valla reforzada y, donde estaba el agujero por el que Carlos y yo nos metíamos, hay un muro que tiene casi dos metros de alto. Hay un vigilante de seguridad que, cuando me ve, me hace un gesto educado con la cabeza. Hace menos de dos meses que lo han reformado, pero el olor a rancio y el silencio, hacen que parezca que lleva toda la vida así. Ayer llovió, puede que por eso no me moleste tanto estar apoyado en la vaya. Tal vez es un nuevo aislamiento, que aplaca el olor a muerte. Me imagino a Carlos y me pongo verde, como antes. 
Al principio, venía a verme al súper. Ya verás cuando me cojan también a mí y empiece ahorrar para la moto, tendremos que pedir los lunes libres, para poder ir al circuito. Pero después se cansó. Me imagino a Carlos, borracho…
“Los nuevos lunes son una mierda”, me puso en un mensaje, “son iguales que los de antes pero estoy solo”.   

12.1.11

ESE LUNAR QUE TIENES, CIELITO LINDO, JUNTO A LA BOCA

Al principio, me escribías en la espalda, me dibujabas sonrisas con el dedo y, cuando cerraba los ojos, te empeñabas en recontarme los lunares uno a uno. Después dejaste de pintar sonrisas, seguías hurgando con la mano en todos mis recovecos, pero con más ansiedad, como con prisa. Hasta que llegó un día en que cerrar los ojos significaba dormir, nada más. No perdí los lunares pero, con el tiempo, olvidé que los tenía. 


1.1.11

ME GUSTABA ESPERAR A QUE NO VINIESES

Froté el cristal de la ventana con el dorso de la mano para quitar el vaho y miré al otro lado. La calle seguía igual de vacía. No ibas a venir. Lo sabía y aún así seguía esperándote. No era un espera cargada de esperanza. Solo yo y la calle vacía y un rato después otra vez frotar el cristal. Y la certeza de que no vendrás.

No. Qué va. No creo. Y cambiaste de tema. Siempre era así, pero tenía algo mágico sentarme a esperar a que no vinieras. Seguir siempre el mismo ritual. Encender la estufa. Ir a la cocina y calentar agua. Esperar de pie a que hierva el agua. El té. La manta. El libro que no leo. El sofá y el vaho. Y tu parte, la más importante, que no vengas.

Me gustaba esperar a que no vinieras.

Ese día en la calle no había fantasmas. Los coches que pasaban de vez en cuando los espantaban. Supongo que para ellos el año nuevo también tiene algo de especial. Luces hasta más tarde que de costumbre y a lo lejos fuegos artificiales, pero el camino está igual de vacío que siempre. Esperé por lo menos dos horas. Mirando por la ventana. Abriendo y cerrando el libro. Y seguiste sin llegar...

Que no vengas nunca, lo hace todo mucho más sencillo. Sin sorpresas. Es fácil sentirse segura así. He querido explicártelo por lo menos cien veces. Siempre empiezo convencida. ¿Sabes...? Y ahí termino. Por alguna razón nunca te lo cuento. Puede que quiera seguir ese juego en el que tú piensas que quiero que aparezcas. O el de que no te espero. Quizá debería habértelo dicho una sola vez.

Me sentaba a no esperarte muchas veces y tampoco te lo dije nunca. Sobre todo los domingos. Y cuando llegaba muy triste del trabajo. Entonces incluso me saltaba algún paso, como si tuviese prisa. Entraba corriendo, me descalzaba, manta, libro, vaho y tú. La falta de ti.

Eran más de las 6. Llegaban a casa después de salir. Eran como sombras entrando en los portales. Algunos cantaban. Sombras alegres porque empezaba un nuevo año. Y yo pensé que me gustaba empezar el año sabiendo que no vendrías. No esperándote.

Un coche aparcó debajo de la ventana. Froté por última vez el cristal agarrando la manga del jersey con la mano para no notar el frío. Pero era tu coche y el frío se me metió hasta en el estómago. Cerré los ojos porque no quería verte. ¿Qué hace aquí? No vengas. No vengas. Fue abrir la puerta del coche y dejé de esperar, para siempre.

Me gustaba más esperar a que no vinieses.

LOS LIBROS DE HISTORIA NO SON DE VERDAD

En una sociedad que hace apología del raciocinio, que critica las utopías y que no acepta idealismos, repetimos, a pesar nuestro, los mismos...