Al principio, me escribías en la espalda, me dibujabas sonrisas con el dedo y, cuando cerraba los ojos, te empeñabas en recontarme los lunares uno a uno. Después dejaste de pintar sonrisas, seguías hurgando con la mano en todos mis recovecos, pero con más ansiedad, como con prisa. Hasta que llegó un día en que cerrar los ojos significaba dormir, nada más. No perdí los lunares pero, con el tiempo, olvidé que los tenía.
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1 comentario:
;-) tremendamente cierto!!!
Besos!
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